A pesar del drama de la COVID-19, que ha lastrado a la práctica totalidad de las expresiones culturales, los tres años que han pasado desde la publicación del libro Combatientes vascos en la Segunda Guerra Mundial en la editorial Desperta Ferro nos han servido para seguir trabajando en las líneas principales del proyecto de memoria Fighting Basques, que se basa en la investigación y en la elaboración de escenografías que evoquen a la generación de la Guerra Civil y el exilio en lo concerniente a su participación en la Segunda Guerra Mundial, incluyendo en países como los Estados Unidos a los migrantes de origen económico y sus descendientes, que también constituyen el objeto de nuestro estudio. Gracias a ello, hemos enlazado la historia familiar y la local con la mundial a través de una narrativa que nos llevará hasta cualquier escenario donde hayan estado los nuestros, con el valor añadido del potente recurso visual que nos aporta la recreación histórica. En este artículo redactado con motivo del 80.º Aniversario de los combates por Carelia nos desplazaremos hasta este lejano territorio fronterizo entre Finlandia y Rusia, donde más de 70 muchachos de la casa de jóvenes de Leningrado (la mayoría asturianos y vascos) lucharon con la 3.ª División “Frunze” de la Milicia del Pueblo. Estas milicias habían sido organizadas apresuradamente tras el comienzo de la operación Barbarroja, la invasión de la Unión Soviética por la Alemania nazi el 22 de junio de 1941 –que causaría al Ejército Rojo pérdidas incalculables en hombres y material–, justo el día en que se cumplían cuatro años desde la llegada de la expedición de niños de la guerra enviados desde el puerto de Bilbao a bordo del vapor Sontay. Recordemos que un total de 3000 niños españoles llegaron a la URSS en cinco expediciones durante la Guerra Civil, si bien la mayoría (2500) procedían del norte. Como dijimos en nuestro libro del 2018: “Ninguno de aquellos padres que dejaron a sus hijos en los barcos con rumbo a Rusia en la esperanza de dar a los niños un futuro mejor lejos de la guerra podía imaginar por aquel entonces que les enviaban hacia otra, de la que algunos no regresarían nunca, y muchos ni siquiera llegaron a saber el infierno por el que pasaron sus hijos.” (1)
Alistamiento y partida de Leningrado
Cuando Alemania rompió el pacto de no agresión que mantenía con la URSS –conocido popularmente como Pacto Ribbentrop-Molotov, que había posibilitado el reparto de Polonia y la ocupación soviética y anexión de las repúblicas bálticas– pronto comenzó la evacuación hacia la retaguardia de los niños que habían acogido en la URSS, incluyendo los españoles, si bien los más pequeños de la casa Pushkin y algunas chicas más mayores no saldrían del Leningrado cercado hasta comienzos de 1942, aprovechando la congelación del Ladoga y la apertura del llamado “Camino de la vida” (2). No fue el caso de los que se alojaban en la casa de jóvenes del n.º 49 de la calle Mozhaiskaya, de entre 15 y 18 años, que habían comenzado su ciclo formativo y laboral alternando sus estudios con su primer contrato de trabajo en las fábricas del potente cinturón industrial de la ciudad. Una buena parte de ellos estaba matriculada en el prestigioso Instituto Politécnico, cuyos profesores y alumnos se incorporaron al 3.er Regimiento “Vyborg” de la 3.ª División de la Milicia del Pueblo.
Aunque las fábricas debían seguir funcionando, quedarse fuera de la lucha no era una opción en una ciudad totalmente imbuida del ambiente de las grandes gestas revolucionarias en aquel verano de 1941, y los nuestros no fueron menos, constituyendo un caso especial entre todos los españoles que combatieron con la URSS durante la Segunda Guerra Mundial, primero por su juventud (se llegó a rechazar el alistamiento de los que solo tenían 15 años, pero aún así lo siguieron intentando hasta conseguirlo, como el asturiano Maximino Roda), segundo por estar, en su mayor parte, cohesionados en la misma unidad (que solo se dio en la 4.ª Compañía del OMSBON), y tercero porque este alistamiento tan temprano de aquellos jóvenes fue ajeno al control de los líderes del Partido Comunista de España, que lo acabarían prohibiendo. Sin embargo, en aquel momento tuvieron el protagonismo de los medios y el empuje de la propaganda, ya que aún estaba reciente la Guerra Civil española. De este modo, la prensa local publicó sus fotos y se hizo eco de una declaración colectiva firmada por 46 de ellos: “Nosotros, los voluntarios, vamos a vengar ante los nazis las muertes de nuestros padres y madres” (3). Poco imaginaban entonces que se enfrentarían a los finlandeses y no a estos. Entre ellos también había alguna muchacha, como la madrileña María Pardina Ramos, que fallecería en combate y sería condecorada con la Orden de Lenin.
El día 5 de julio de 1941 es la fecha marcada para el inicio del alistamiento de los primeros jóvenes españoles –según las fuentes que hemos consultado, sumaban un total de 74–, que se incorporaron al 3.er Regimiento en el distrito de Vyborg, donde, además de los estudiantes del Politécnico, había trabajadores de las fábricas Karl Marx, Diesel rusa, Svetlana y Amanecer Rojo. Se pospuso durante un breve periodo de tiempo la decisión de enviar al frente a las tres primeras divisiones de la milicia popular para darles una mínima formación militar, si bien las carencias, también las materiales, eran enormes y para nada podían compararse con las que componían el Ejército Rojo. Finalmente, el 26 de julio de 1941 la 3.ª División “Frunze”, a falta del 1.er Regimiento, fue enviada en tren a Lodéinoye-Pole, al noroeste, donde se integraría en el Grupo Operativo de Olonets, comandado por el teniente general Vyacheslav Dmitrievich Tsvetaev. La partida a Carelia se realizó desde la mítica estación Finlyandasky, que ya recreamos para el libro del 2018.
La lucha por Carelia
El istmo de Carelia había sido el escenario entre 1939 y 1940 de la llamada Guerra de Invierno, que se saldó con un duro varapalo militar para los rusos debido a la resistencia de los finlandeses, que finalmente se vieron obligados a cederles buena parte de su territorio. Tras el fin de este primer conflicto, la relación entre Finlandia y la URSS no solo no mejoró, sino que finalmente haría bascular a este país hacia Alemania debido a la inseguridad que reinaba entre sus ciudadanos, convirtiéndose en el único aliado de los alemanes con un gobierno elegido democráticamente. De este modo, cuando había pasado poco más de un año del fin de aquellas hostilidades, Carelia se convertiría en el escenario de la que sería llamada por los finlandeses Guerra de Continuación, cuyo inicio estaba totalmente coordinado con Berlín, pero que se hizo retrasar hasta el 10 de julio de 1941 para que no coincidiese con Barbarroja y así mantener el engaño el mayor tiempo posible para alargar, en un complicado juego de equilibrios, las relaciones de Finlandia con las potencias occidentales.
Los finlandeses comenzaron la ofensiva con dos Cuerpos de Ejército, el VI y el VII, que se enfrentaron en primera instancia al 7.º Ejército del teniente general Philip Gorelenko, que había visto reducida sus fuerzas de tres a dos divisiones y fue obligado a retirarse sufriendo fuertes pérdidas, a pesar de ofrecer gran resistencia. El avance imparable de los finlandeses los llevó hasta su siguiente objetivo: la Carelia rusa, la parte correspondiente al istmo entre los lagos Onega y Ladoga. Este es el momento en que aparece en el teatro de operaciones la 3.ª División “Frunze”, donde iban nuestros jóvenes. Aquí es donde encaja el relato de Maximino Roda, el niño de 15 años al que todos llamaban “Peque” a quien tuvimos la suerte de entrevistar en su casa de Villamayor (Asturias). Tras llegar con su regimiento al río Syandeba, al este del pueblo de Tuloksa –donde ya combatía la artillería de la división en apoyo de la 3.ª Brigada de Marina– el mando les comenzó a distribuir por toda la orilla en pequeños pozos de tirador “con la misión de vigilar a los fineses, que se encontraban al otro lado del cauce”:
«Por la noche, mientras hacía guardia, Maximino escuchó un ruido que le alertó y vio que un grupo de finlandeses estaba intentando rodear su posición aprovechando la oscuridad. Inmediatamente despertó a su compañero, tapándole la boca para que no hiciese ruido al despertarse, y le mandó en busca de su unidad por un camino que iba a retaguardia. De mientras, el español, atento a los movimientos enemigos, vio claramente al grupo de tres o cuatro fineses que ya se movían a su espalda por un claro creado gracias a la tala de árboles llevada a cabo por los defensores soviéticos para mejorar la visibilidad. Decidido a no dejarles pasar, cargó su fusil ametrallador Degtyarev y abrió fuego, abatiendo a todos ellos. En ese momento escuchó el estruendoso «¡Hurra!» de sus camaradas que llegaban en su ayuda, abatiendo a varios finlandeses más que se vieron sorprendidos por el contraataque de la milicia soviética. Tras la escaramuza, el comandante le felicitó por su valerosa acción y le contó que dos de sus camaradas, que se encontraban en uno de los pozos adyacentes, habían sido apuñalados por un grupo similar al que había atacado su posición, pues se quedaron dormidos». (4)
El objetivo principal de la 3.ª División era tomar la villa de Syandeba, que servía de enlace entre la 5.ª División finesa y la 1.ª Brigada de Cazadores (Jäger), por lo que su posesión era vital. A pesar de algunos éxitos parciales que no pudieron explotar a causa de los enérgicos contraataques fineses –el 2 de agosto de 1941 el 2.º Regimiento conseguía cercar el pueblo, destruyendo la retaguardia finlandesa–, la situación empeoraba para los milicianos rusos, que sufrieron muchísimas pérdidas, y el 3.er Regimiento “Vyborg”, en el que estaban los nuestros, se desplegó por el pantano Syandebskoye acosado por los francotiradores que los fineses apostaban en los árboles, a los que Maximino llamaba “Cucos”. El día 6 de agosto hubo otro asalto a la villa, cuyos defensores resistieron el ataque de varias compañías soviéticas. El porcentaje de bajas de la unidad era altísimo, llegando a sufrir la pérdida de 170 hombres el 8 de agosto. A principios de septiembre se invirtieron definitivamente las tornas y la 3.ª División “Frunze” fue cercada en Olonets, de donde pudo escapar hacia Petrozavodsk, capital de la Carelia rusa. Como dijimos en 2018, en “cinco semanas de combate una división de milicias soviética mermada, mal armada y sin instrucción, no solo conseguiría evitar ser destruida en varias ocasiones, sino que consiguió llegar hasta Petrozavodsk” (5). La ciudad fue ocupada definitivamente el 1 de octubre de 1941 y para los supervivientes comenzaría un largo cautiverio en Finlandia que terminaría con el regreso a España en 1943 de solo 18 de aquellos muchachos, que fueron primero instrumentalizados y luego abandonados por la propaganda del régimen franquista, pero esa es otra historia. Unos 50 cayeron por todo el teatro de operaciones de la 3.ª División “Frunze”.
La recreación histórica
Partiendo de la premisa del rigor y la amistad, que es la base de nuestro grupo de recreación histórica, nosotros planteamos la recreación histórica como el mejor modo de evocar una generación de la que apenas tenemos materiales, y más cuando, como en este caso, se trata de conmemorar un aniversario tan significativo, pero recorriendo, como novedad, un camino que nos lleve desde la memoria hasta la frontera de la arqueología experimental. Porque tampoco podemos desdeñar las posibilidades didácticas que puedan proyectar a futuro unas escenografías que nos plantean actividades como preparar un té con un Samovar o cantar unas canciones rusas –o de la Guerra Civil, ¿por qué no?– a los sones del acordeón. También queríamos conmemorar la llegada de los nuestros a Syandeba enlazando el trabajo que hemos hecho aquí este mes de julio con el que realizan en los propios espacios históricos de la batalla las organizaciones rusas fuertemente implicadas en poner en valor este patrimonio en un año tan especial, como el grupo “Nuestro Politécnico” de la Universidad Politécnica Estatal de San Petersburgo, que siempre cuentan con la presencia de autoridades institucionales y el apoyo de los medios de comunicación locales.
El espíritu de alegría y esperanza de los recién llegados al frente preside toda la escenografía –al igual que el color verde del bosque en verano–, sin que por ello neguemos la dura realidad de la guerra, porque no se trata de eso, sino de retratar por primera vez un equipo humano y compacto formado por amigos que llegaron juntos a Leningrado en 1937, estudiaron, jugaron y crecieron juntos y marcharon al frente igualmente, motivados por la esperanza de saldar las cuentas pendientes por la Guerra Civil, aunque los que tuviesen enfrente fuesen fineses y no los alemanes que habían bombardeado Gernika. Una esperanza que fue tan efímera como las vidas de la mayoría de aquellos jóvenes, pero que hemos querido reflejar en las imágenes que acompañan este texto para acercarnos, a través de una propuesta que reconocemos arriesgada, a sus personalidades, porque lo bélico no es lo verdaderamente importante cuando hablamos de memoria. Coincidimos con Maria Feliu Torruella y Francesc Xavier Hernández Cardona en que estas actividades “pueden ayudar a potenciar una imaginación empática” (6), en este caso con las emociones y sentimientos de aquellos jóvenes.
El hilo conductor de toda la escenografía –y referencia absolutamente ineludible por tantas cosas, como haber sido para nosotros albacea de la memoria de todos ellos y haber tenido, pocos meses antes de su fallecimiento, el honor de hacerle llegar, acompañando a nuestras amigas Elena Alexandrova y Azucena Fernández, el reconocimiento del gobierno de Rusia–, ha sido Maximino Roda. Su relato de las posiciones del río Syandeba nos ha permitido preparar un escenario que ha requerido varios días de trabajo para acondicionar el terreno con una trinchera principal de la que sale un ramal que nos lleva hasta un puesto adelantado en el que hay un tirador de fusil ametrallador Degtyarov DP-27 y su proveedor, tratándose del personaje del propio Maximino. Un denso bosque de pinos grandes nos traslada hasta el paisaje de Carelia, donde el árbol es siempre omnipresente. Unos árboles que tuvieron que talar para atrincherarse a su llegada al frente y que nosotros también hemos aprovechado para fortificar haciendo uso de los restos de una tala, aunque no ha sido suficiente, ya que ha habido que adquirir más para completar la escena, lo que nos ha proporcionado la ambientación que estábamos buscando tras consultar decenas de fotografías de la época.
Mención aparte merece el trabajo de vestuario para la ocasión, que ha requerido un esfuerzo importante por parte de nuestro grupo de recreación histórica, que había compuestos personajes de rusos en muy pocas ocasiones, para adecuarse al rigor que demandaba la escena. Para ello ha sido fundamental la ayuda de un verdadero especialista en recreación histórica soviética de la Segunda Guerra Mundial como Iker Baz Amurrio. Sin su colaboración y consejos, corrigiendo detalles y aportando muchísimas piezas de su colección para enriquecer la escena –sin que quedase abigarrada, bajo la premisa de que en “recreación histórica soviética menos es más”–, no hubiera sido posible llevar este reto a buen puerto. Finalmente, agradecer a nuestros recreadores Eder Artal, Eneko Tabernilla, Iñaki Peña Eguskiza, Egoitz Ereño, Mikel León y Aitor Delgado por su buen hacer y la excelente composición de personajes, enlazando con aquella escenografía realizada hace más de tres años en el Museo Vasco del Ferrocarril en que aquellos jóvenes asturianos y vascos cogían un tren hacia Carelia. Un viaje hacia la memoria que, como se ha visto, no terminó entonces y puede proyectarse hacia el futuro con el apoyo de todos.
Galería de fotos en conmemoración del 80.º aniversario de los combates de Carelia (© Asociación Sancho de Beurko)
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Notas
(1) Guillermo Tabernilla y Ander González. (2018). Combatientes vascos en la Segunda Guerra Mundial. Madrid: Desperta Ferro. P. 92.
(2) Ibídem. P. 101.
(3) Ibídem. P. 100.
(4) Ibídem. P. 103.
(5) Ibídem. P. 104. Véase Claes Johansen. (2016). Hitler´s nordic ally? Finland and the total war 1939-1945. Barnsley: Pen & Sword Military. P. 207.
(6) María Feliu Torruella y Francesc Xavier Hernández Cardona. (2013). Didáctica de la Guerra Civil española. Barcelona: Biblioteca de Íber. P. 158.
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